jueves, 26 de noviembre de 2009

La Bella Durmiente: un enfoque integral de los elementos de un cuento de hadas

La bella durmiente
Por: Laura Estéfani García Pizano

El cuento de “La Bella durmiente” hace parte de las clásicas narraciones que, en la voz de nuestros padres o abuelos, recrearon los días y noches de nuestra infancia. Ya sea en la versión presentada por Charles Perrault “Belle au bois dormant” (La Bella durmiente del bosque) o la perteneciente a Los hermanos Grimm "Dornröschen" (Bella durmiente), generaciones de diversas partes del mundo han transmitido este cuento popular europeo por medio de la tradición oral. Sin embargo, la historia de la princesa que el día de su bautizo fue maldecida por un hada bajo un conjuro según el cual, al cumplir 15 años, sería lastimada por un huso y moriría instantáneamente, conlleva una serie de elementos que no han sido del todo reconocidos por quienes la hemos oído más de una vez.

Comenzando por el desarrollo literario que ha tenido la trama, es importante destacar que anterior a Perrault y a Los hermanos Grimm, Giambattista Basile plasmó en su obra “Pentamerone” la que muchos reconocen como la primera versión del cuento; sus líneas describen cómo una princesa que es pinchada por una aguja envenenada se sumerge en un sueño profundo y es abandonada en el bosque por su padre que la cree muerta. Un príncipe que pasaba por el lugar abusa sexualmente de la noble, quedando ésta embarazada de dos gemelos que al nacer son cuidados por hadas. Un día uno de los gemelos extrae la astilla envenenada y la princesa despierta. El príncipe vuelve a pasar por allí y al encontrarla le confiesa que es el padre de sus hijos, omitiendo que está casado. Cuando la esposa del príncipe se entera de su aventura con la princesa pide al cocinero que degollé a los gemelos y prepare un sabroso guiso para su marido, pero el cocinero sustituye a los niños por una cabra. El castigo designado a la princesa es quemarla viva en una hoguera, aunque afortunadamente el príncipe la rescata. Como podemos observar esta primaria narración de Basile no es tan apropiada para el público infantil como si lo son sus sucesoras adaptaciones. No obstante, los ajustes efectuados a los sucesos originales no consiguen romper la línea general en la que éstos se encuentran cimentados.

En este relato, al igual que en cualquier cuento maravilloso, lo fantástico e inusual se adhiere al mundo real sin destruir su coherencia. La presencia de un conflicto que involucra a un héroe victima (bella durmiente) y un héroe buscador (príncipe), su posterior conciliación al final del relato y la intención moralizadora en la constante problemática entre el bien y el mal destacan su pertenecía al género de la literatura infantil. Otra asociaciones que pueden establecerse entre los personajes es, en términos de Jung, la de anima (princesa)/animus (príncipe), madre terrible (hada maléfica y madre del príncipe, sólo en la obra de Perrault), alma gemela (princesa), héroe de iniciación (princesa), y evocando los planteamiento de Freud, el ello (hada maléfica y madre del príncipe) y el yo (príncipe).

El estilo de quien escribe, el tiempo y lugar en que se hace y su destinatario son factores que se han de tener en cuenta siempre que se quiera establecer los elementos comunes y diferentes que subyacen tras las bifurcaciones de tipo literario. A nivel estructural se establece una diferencia principal entre lo sucedido con “La Bella durmiente del bosque” de Perrault y la “Bella durmiente” de los hermanos Grimm, ya que del primer relato es posible identificar dos partes constitutivas (antes y después del matrimonio), mientras que en el segundo todo termina con el despertar y la boda. El número de hadas que ofrecen sus presentes a la princesa y el tipo de éstos varía según la adaptación; según Perrault eran siete las hadas que habitaban en el reino y lo entregado por cada una de ellas hacía alusión a cualidades femeninas resaltadas en su época como bailar, cantar, tocar instrumentos, mientras Los hermanos Grimm señalaban a trece hadas que se presentan ante la homenajeada con una serie de virtudes, entre las que se destaca principalmente la inteligencia. El beso en el encuentro del príncipe con la princesa aún dormida es un componente exclusivo de la obra de los Grimm, pues no está presente en el escrito de Perrault.

Observando las unidades narrativas de la historia desde una perspectiva psicológica es posible identificar la identidad sexual del mensaje que se transmite. El sueño profundo en el que se sumerge la princesa, descrito como un periodo de pasividad, puede ser tomado como un lapsus de crecimiento y preparación a la maduración sexual femenina posterior a la infancia y la adolescencia. Las trece hadas del cuento son una representación de los 13 meses lunares en los que antiguamente se dividía el año, cada uno de 28 días al igual que el ciclo menstrual que según se creía aparecería a los quince años. Al aproximarse al lugar crítico, a la habitación del castillo en dónde se encontraba el huso con que se pincharía, la bella durmiente, entonces adolescente, sube por una escalera de caracol, símbolo que representa las experiencias sexuales. La sangre que emana del dedo de la princesa es producto del contacto con el huso durante el encuentro con una anciana mujer y primitivamente se llegó a pensar que la regla se heredaba de mujer a mujer. Aunque son muchos los príncipes que intentan llegar a la bella durmiente, antes de que trascurriera el tiempo necesario para su maduración, estos pretendientes perecen en el intento enredados en las zarzas que rodean el castillo. Esto ha sido interpretado como una advertencia que asegura que cualquier excitación sexual antes de que cuerpo y mente estén bien preparados suele ser destructiva.
Además de florecimiento sexual, los cien años de sueño eterno son entendidos como un periodo de lucha interna y reordenación de los pensamientos. El rey no acepta el irremisible proceso de metamorfosis de la princesa, pues intenta impedir a como dé lugar que su hija se encuentre con un huso (rueca), palabra que en inglés designa también al sexo femenino. En este orden de ideas se evidencia el deseo del todo padre por conservar a sus hijos en una infancia eterna y el dolor que les produce aceptar el crecimiento de los mismos, especialmente sin son mujeres. La reina en cambio se abstiene de entrometerse en la situación, bastante familiar por su condición.

En la mitología griega existen dos narraciones en las que el sueño eterno está presente; la historia de Koimao y la de Psique. Koimao era el hijo de Zeus y Miobe, una bella pastora tebana que lo rechazó siete veces. Zeus la condenó a un sueño eterno para poder yacer junto a ella, y su hijo permaneció en un estado perpetuo de somnolencia con la tarea de velar por los sueños de los hombres. En cuanto a Psique, ésta era la menor y la más hermosa de tres hermanas de un rey de Anatolia. Celosa de su belleza, Afrodita envió a su hijo Eros para que le lanzara una flecha de oro oxidado que la haría enamorarse del hombre más horrible que encontrase. Sin embargo, Eros se enamoró de ella y cuando Psique se durmió se la llevó a su palacio. Para evitar la ira de su madre Eros se presentaba siempre de noche. Posteriormente Psique se reunió con sus hermanas, y éstas envidiosas de su suerte le preguntaron quien era su maravilloso marido. Psique no pudo explicarles cómo era su marido pues nunca le había visto y les confesó que realmente no sabía quién era. Las hermanas de Psique la convencieron para que en mitad de la noche encendiera una lámpara y observara a su amado. Psique les hace caso e infortunadamente una gota de aceite hirviendo cae sobre la cara de Eros, que abandona decepcionado a su amante. Cuando Pisque se da cuenta de lo que ha hecho ruega a Afrodita que le devuelva el amor de Eros, y ésta le asigna cuatro difíciles tareas antes de recuperarlo. La cuarta tarea consistía en ir en busca de un cofre al Hades. Psique tentada por el contenido del cofre decidió abrirlo y encontró el sueño eterno. Finalmente Eros reanima a su esposa con un beso de amor.

Sin lugar a dudas el cuento de “La Bella durmiente” guarda en su contenido, al igual que todos los textos, un número de elementos que posiblemente sus lectores no han percibido en su totalidad. No obstante, con el objetivo de evitar una sobreinterpretación de la obra, el camino hacia una acertada comprensión lo define la importancia de sus componentes en el desarrollo de la sucesión de hechos. La intertextualidad, los contextos social e histórico y la orientación moral que rodean la historia son entre otros, aspectos que conllevan a quienes leemos a una reconstrucción total de lo que, según cuentan los trazos de tinta del autor, realmente sucedió.

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